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La soledad, mi soledad...






















Una lágrima cae, y me hace presa. Una versión intimista del mundo. De mi propio mundo. Mis ojos están cerrados con tanta fuerza, que ni la mayor palanca podría abrirlos. Envasados al vacío. No estoy ciega, puedo ver. Aunque no me sirva de nada, pues todo es engañoso. No soy débil por llorar en silencio, sólo humana. La fuerza, por suerte, siempre me acompañó en el camino. Subir, subir y subir, para volver a caer. Mi vida escrita en pañuelos desechables. Una cortina de humo que me evade, y me oculta entre mis propias sombras. No es fácil vivir con la amenaza de tu propia extinción. La ambivalencia de mi mente cada día es más pronunciada. El rumbo ha dejado de tener sentido, sólo andar. Por suerte, aún me queda mi propia droga, la que jamás me quitarán, mi esperanza, mi ilusión y mis sueños. La música me envuelve y la escritura calma mi dolor. Dolor que no entiendo. Dolor que nunca entenderé. Una gran enemiga que flagela mi alma, que quiere verme muerta, que zarandea mis pasos, para que pierda el equilibrio. Mi propia imaginación, mi mayor traidora.

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